Años Muertos by María Villamayor

Años Muertos by María Villamayor

autor:María Villamayor [Villamayor, María]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2016-10-01T00:00:00+00:00


29

Armando regresó a su casa después de visitar el hospital. Su rostro reflejaba el cansancio de su larga lucha. Despojándose de la presión de la corbata entró en la cocina, Jana estaba preparando la cena mientras Lucas estaba frente al televisor embobado con una película de dibujos animados. Nada más verlo saltó del sofá y se arrojó en sus brazos. Él lo acurrucó en su regazo y apreció su falta de peso. Al sujetar uno de sus bracitos el niño exclamó de dolor.

—¿Te duele? —le preguntó preocupado subiendo la manga del pijama y dejando al descubierto un par de moratones.

Su padre frunció el ceño con desagrado. Lo colocó frente a él y lo observó durante unos instantes. Sintió que el corazón se le partía en dos. Presumió adivinar que su hijo había llorado, sus ojos enrojecidos lo confirmaban.

—¿Qué te ha pasado en el brazo?

—Me lo he hecho jugando al fútbol.

—Tesoro, tienes que tener más cuidado.

El niño cabizbajo acababa de romper las reglas familiares con su mentirijilla.

—¿Has llorado?

Él meneó la cabeza negativamente.

—¿Cómo está mamá? —preguntó.

—Pues… —midió las palabras antes de pronunciarlas—. Un poquito mejor, pero todavía está malita.

—¿Ya se ha despertado? —interrogó de nuevo con cierta esperanza.

—No, aún no —su negativa le dolió en el alma.

—Pero ¿ya puedo ir a verla? —gimió ilusionado.

—Todavía no. Vamos a esperar un poquito más.

—¡Esperar!, ¿a qué? ¡Siempre me dices lo mismo! —pataleó mientras sus lágrimas lamían sus escurridos mofletes. ¡Yo, quiero, verla!, ¡quiero verla, ya! —berreó desesperado—. Sabes que me porto bien —añadió sorbiéndose los mocos— y aun así me castigas con no verla.

Armando sintió el ahogo de un nudo en la garganta y con las lágrimas hinchadas a punto de reventar lo abrazó fuertemente.

—Lucas, para nada te estoy castigando. Tú no tienes culpa de nada, hijo. Es solo que no es agradable la habitación de un hospital y, mamá… —sus palabras enmudecieron pensando en cómo proseguir.

El niño gimoteaba atento a sus palabras.

En ese preciso momento lo vio: su tono paliducho, sus prematuras ojeras debajo de esos vivarachos ojos que, al verlos con más detenimiento, confirmaban el vacío de su madre. Su mujer había monopolizado casi todo su tiempo mientras que el pequeño Lucas, ahora, le necesitaba más que nunca.

—Lucas, hijo, deja de llorar —vaciló unos segundos con la angustia estrangulando su garganta—. Te prometo que iras a verla al hospital. Te lo prometo.

Lucas lo abrazó tras escuchar la proposición más ansiada desde hacía varios meses. Nada más terminar la frase su padre se arrepintió de haberla formulado. Durante este tiempo había escabullido ese momento; verla entubada y sin un ápice de conciencia podría marcarlo durante toda su vida; sobre todo si no lograba salir airosa de su situación. Ahora, en un momento de debilidad, acababa de alimentar sus esperanzas. Y, por muy duro que fuera, no podía faltar a su palabra.



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